Transcripción:
Debe ser agotador tener siempre la razón.
¿Cómo se planta alguien así todas las mañanas? Se mira al espejo, me imagino, se abraza, se arma de valor con celular en mano y comienza a tundir a los del otro bando porque esos jamás tienen razón alguna y además son culpables de todos los males. Si los portadores de la verdad están del lado de los que perdieron, gritarán un despechado 'disfruta lo votado". Si los portadores de la verdad están del lado de los que ganaron, se mofarán con un "aquí se disfruta lo votado". Solo que todos esos alardes de superioridad discursiva en realidad reflejan que quienes han acaparado la discusión pública en los últimos años no han sabido articular nuevos códigos para nombrar las dinámicas sociales de los tiempos que vienen.
Salimos de un sexenio que hizo de la estridencia y la confrontación la marca de la casa. López Obrador, polarizador en jefe, y las voces opositoras, polarizadas en reacción. En medio, un silencio de tantos que tenían mucho que decir pero que prefirieron batirse en retirada. o, por lo menos, no entrar al juego de las descalificaciones dicotómicas de estás conmigo o contra mí.
El daño está hecho, el debate público está fracturado, los polos cada vez son más lejanos. Y esa distancia impide la conversación.
¿Qué hacemos? Sugiero resignificar el "disfrutemos lo votado".
Estés del lado que estés, a partir de ya toca superar el trauma de la polarización y convocar a espacios de conversación y deliberación. Ojalá así lo entienda Claudia Sheinbaum, ojalá así lo entendamos quienes nos hemos sustraído de la infértil confrontación reduccionista, ojalá así lo entienda esa oposición que sí es dialogante. Los moderados tienen que hacer ruido, me dice Mark Freeman del Instituto para las Transiciones Integrales, tienen que subir el volumen de la voz. Y moderados no significa equidistantes ni tibios. Moderados significa defender los principios en los que se cree, pero entender el valor del diálogo con los que opinan diferente.
Hoy, ser moderado con principios firmes es casi revolucionario.
Y hacerlo con sentido del humor, es toda una revelación.
Es brutal y mentiroso el dogmatismo oficialista que exige la sobrerrepresentación legislativa porque "el pueblo así lo mandató". Es brutal y mezquino el desdén de las voces opositoras que desechan a su candidata porque "no tuvo los tamaños" de confrontar al régimen como lo hace Corina Machado en Venezuela. Es casi criminal la caricaturización persecutoria de quienes quieren balconear los excesos del Poder Judicial.
Es despreciable el cinismo de quienes defienden el estado de las cosas que fueron para solo salvar el pellejo propio.
Y podríamos seguir con tantos y tantos ejemplos.
Hacernos conscientes de las palabras que decidimos pronunciar. Y reconocer, como dice Ece Temelkuran, que la manifestación constante de la ira no cambia nada en nuestra realidad política, sino que más bien nos convierte en una audiencia ideal para el fascismo: exhaustos por la furia, pero totalmente irrelevantes". Toda la locura de nuestros tiempos, toda esta fascinación por la polarización es consecuencia del colapso de un sistema, no del colapso de la humanidad. Proclamemos entonces eso de ser y estar juntos, "la única palabra que podría resultar peligrosa".
Juntos.
Hace mucho que no disfruto de lo votado, pero disfruto muchísimo de votar. Una y otra vez. Reconozco, también, que me equivoco y acierto, porque así es la vida. Me gusta cambiar de opinión. Y sí, como a muchos, en todos estos años me ha agotado la crispación de los polos que siempre quieren tener la razón.
El mundo es infinitamente más interesante de lo que dictan esas dos visiones que se disputan la interpretación única de la realidad.
Recomiendo a la próxima Presidenta leer a Daniel Innerarity para ver que un liderazgo cordial es posible y entender que para ello se requiere más inteligencia y sofisticación que para la rudeza del choque con el adversario. Y, de paso, si los adversarios quieren seguir figurando, podrían comprender que obstinarse en eso de tener siempre la razón los está relegando a la insignificancia.
Estos podrían ser tiempos revolucionarios.
Falta que los más, en diversidad y pluralidad, nos atrevamos a tomar el espacio público y a hackear la polarización y la conversación.