Resumen:
Hace más de veinte años, el ensayista francés Pascal Bruckner publicó un panfleto contra la felicidad. La euforia perpetua, se titulaba.
Transcripción:
Hace más de veinte años, el ensayista francés Pascal Bruckner publicó un panfleto contra la felicidad. La euforia perpetua, se titulaba.
Su argumento era que el ser felices se ha convertido en la manía de nuestro tiempo.
Una fuente de ansiedad, no un aliento de plenitud. Lo que un día fue un derecho que nos apartaba de la ruta del sacrificio, se ha vuelto obligación, nuestra angustia constante. Preguntaba Bruckner: "¿Cómo unas palabras que en el Siglo de las Luces hablaban de emancipación - derecho a la felicidad - han podido transformarse en dogma, en catecismo colectivo?" El secreto de una buena vida, concluía, es burlarnos de la felicidad. No buscarla nunca, pero darle la bienvenida, si es que aparece brevemente mientras hacemos otra cosa. "A la felicidad propiamente dicha podemos preferir el placer, ese breve éxtasis robado al curso de las cosas; la alegría, esa leve embriaguez que acompaña a la plenitud de la vida; y sobre todo, el júbilo, que implica sorpresa y elevación." De ese brote súbito de felicidad y de la estela que deja en la vida habla Adam Gopnik en un ensayito reciente de unas cuantas páginas. La traducción podría ser Todo lo que la felicidad es. Unas palabras sobre lo que importa. La felicidad no es algo que se conquista, sino, tal vez, algo que se pierde: algo en lo que nos perdemos. Quienes conocen esa experiencia identifican el momento en que se perdieron en el disfrute de una actividad... para encontrarse.
Gopnik comparte ese episodio personal donde ubica la nuez de su aprendizaje. Tenía doce años y, durante varios días, se encerró en su cuarto con una guitarra y un manual para tocar los Beatles. No sabía tocar el instrumento. No tenía ningún talento musical, pero se impuso la tarea de darle melodía a su guitarra. Poco a poco, los dedos fueron imponiéndose en las cuerdas hasta hacer reconocibles "Love Me Do" y "Yellow Submarine". Lo importante, quizá, es que la guitarra no era una tarea escolar para Gopnik.
No era imposición de sus padres. Nadie le exigió encerrarse en su cuarto. De hecho, nadie quería escucharlo mientras empezaba a arañar las cuerdas. Afortunadamente para su familia, la puerta de su habitación estaba cerrada. Pero la emoción que sintió esa semana sigue presente en su vida, dice el cronista. En esos días descubrió lo que es importante.
Todo lo valioso en mi vida es emanación de lo que viví en aquel confinamiento que transformó mi torpeza en soltura. La satisfacción de Gopnik no era un éxito, sino un logro. En esa distinción se basa la lección de la guitarra. Una cosa es el éxito, que implica el cumplir una tarea que se impone desde fuera; otra, muy distinta, es la realización que supone sumergirse en una actividad que uno mismo ha elegido y que produce en nosotros una sensación de plenitud, un gozo por entregarnos a algo que está afuera de nosotros.
El niño de doce años le sigue dando lecciones a Gopnik. Lo que importa de veras es la experiencia del abandono, el olvido de la recompensa: la entrega a la tonada. Recuerdo ahora lo que respondía Isaiah Berlin tras preguntarse por qué cantábamos en la regadera. ¿Cantamos porque queremos rendirle homenaje al arte? ¿Cantamos porque estamos ensayando para que la canción futura sea perfecta? ¿Cantamos para recibir el aplauso de alguien? Nada de eso: cantamos por cantar.
"El propósito de cantar es la canción; el propósito de la vida es vivirla."
ADAM GOPNIK, THAT HIPPINESS: Todo lo que la felicidad es, un libro de lecciones.