Transcripción:
En el borde.
La escalada del conflicto migratorio en Estados Unidos refleja una preocupante deriva hacia una realidad autoritaria militarizada, incluso con tintes fascistas. En días recientes, agentes de ICE violaron abiertamente espacios religiosos considerados históricamente como refugios sagrados para migrantes, realizando redadas dentro de iglesias en Los Ángeles y arrestando a personas frente a feligreses y pastores. Estos operativos rompieron con normas históricas que protegían templos, escuelas y hospitales, provocando denuncias por abusos y atropellos de derechos humanos.
La profanación deliberada de espacios religiosos constituye un ataque directo a los fundamentos morales de la sociedad estadounidense. Esta táctica, históricamente empleada por regímenes totalitarios para quebrar la resistencia social, marca un punto de inflexión donde el aparato estatal abandona cualquier pretensión de legitimidad moral. La normalización de estas acciones representa una erosión acelerada de las instituciones que tradicionalmente han servido como último refugio contra la tiranía.
La situación se agrava con ataques sistemáticos a la prensa y a la libertad de expresión. Recientemente, la vocera de la Casa Blanca insultó a una reportera por preguntar sobre las protestas pacíficas, calificando públicamente su pregunta de "estúpida". A ello se suman múltiples casos de periodistas heridos o detenidos mientras cubrían las protestas, golpeados con balas de goma y gas pimienta. Esta violencia llevó a organizaciones internacionales a condenar las acciones y advertir sobre la clara erosión de la libertad de prensa estadounidense. La agresión contra periodistas revela una estrategia calculada para controlar la narrativa pública y ocultar la magnitud de los abusos gubernamentales. Cuando reporteros veteranos describen el tratamiento que reciben en territorio estadounidense como comparable al de regímenes autoritarios, estamos presenciando un colapso institucional sin precedentes. Esta dinámica reproduce fielmente los mecanismos empleados por dictaduras: primero se demoniza a los medios, luego se los ataca físicamente y finalmente se los subordina completamente al poder político. Por si fuera poco, la propia Casa Blanca adoptó propaganda supremacista blanca, difundiendo desde canales oficiales un cartel que incitaba a los ciudadanos a denunciar "invasores extranjeros". Este mensaje xenófobo proviene originalmente de grupos extremistas, y su adopción oficial legitima la ideología supremacista, fomentando la delación entre ciudadanos.
En otro episodio alarmante, el senador demócrata Alex Padilla fue arrestado y esposado momentáneamente mientras intentaba cuestionar a la secretaria de Seguridad Nacional durante una conferencia en Los Ángeles. Este incidente, captado en video, generó indignación nacional, mostrando cómo el aparato represivo alcanzó incluso a un funcionario electo. El despliegue de miles de tropas militares en ciudades como Los Ángeles, Nueva York y Chicago, acompañado por toques de queda y arrestos masivos de manifestantes pacíficos, envía un mensaje claro: la disidencia será reprimida y criminalizada. La retórica oficial que compara migrantes y manifestantes con invasores legitima estas acciones mientras las libertades fundamentales retroceden dramáticamente.
Lo que presenciamos no es simplemente una crisis política pasajera, sino la metamorfosis acelerada de Estados Unidos hacia un estado policial que utiliza el miedo xenófobo como catalizador de transformación autoritaria. Mientras el mundo observa con horror cómo la nación que se autoproclamó guardiana de la democracia global emplea tácticas que habría condenado en otros países, una pregunta inquietante emerge: si Estados Unidos puede descender tan rápidamente hacia el autoritarismo, ¿qué esperanza queda para el resto del mundo democrático? La respuesta se decidirá en las calles estadounidenses durante los próximos meses, donde se determinará si la democracia más poderosa del planeta sobrevive a su propia transformación, si el siglo XXI será recordado como la era en que la libertad murió en su propia cuna.
Yuriria Sierra