Transcripción:
Indiferencia o impericia frente al autoritarismo
En nombre de "la transformación" y "Make America Great Again", los carismáticos líderes populistas dejan a su paso daños de huracán, súbitos y profundos, que requieren generaciones para revertirlos.
Uno de los más graves es la polarización social, porque, en la búsqueda de milagros que resuelvan sus problemas, muchos ciudadanos se entregan con devoción a esos líderes sin tener la capacidad de entender las consecuencias.
Lo primero que desean esos líderes es el poder, un poder mayoritario que no los limite en sus alcances. Después crean un manto protector, una garantía de impunidad, sostenida por sus seguidores.
México transita por ahí y Estados Unidos también. La tolerancia a los actos autoritarios, antidemocráticos y hasta criminales del poder deja de espantar a amplios sectores sociales que los justifican, mientras que las minorías que se atreven a denunciarlos son insultadas o perseguidas.
Nuestro país avanza un paso más allá en los alcances de un régimen con pulsión autoritaria; en menos de una semana, se institucionaliza el control de todos los poderes en torno a un solo mando, algo que aún no hemos acabado de dimensionar.
Pero en Estados Unidos están desafiando sus propios límites y van dejando atrás algunos de los valores, o quizás lugares comunes, que los distinguían como potencia mundial.
No son una economía infalible; ya no ofrecen garantías de estabilidad y certeza jurídica a las inversiones, y su famosa intolerancia a la comisión de delitos ya encuentra excepciones a nivel presidencial.
Donald Trump solo tiene cuatro meses en este segundo mandato, y su giro radical y populista ha devastado esos y otros valores.
Tan solo la semana pasada dejó en claro al menos dos cosas: su profunda convicción de poder asesinar a alguien en la Quinta Avenida de Nueva York sin consecuencias, y que sus dictados, por más absurdos o excéntricos, se cumplen.
Su continuación de los castigos arancelarios, como los que impone a Apple o la Unión Europea, es la demostración de que, aun con las evidencias de los profundos daños internos que provoca, los dicta porque puede.
La prohibición de inscripción de extranjeros en Harvard tiene tintes del nacionalsocialismo de la época de entreguerras.
Y el desafío a las leyes, con la aceptación de un avión qatarí de 400 millones de dólares y el uso de su investidura presidencial para promover su negocio personal de criptoactivos, son máximas del desprecio a la legalidad.
Estos son dos hechos que llaman la atención por su notoriedad pública, por el reto descarado que implica la violación de las leyes estadounidenses.
Pero los cuatro meses de Trump han estado marcados por desacatos e ilegalidades constantes, como el uso del ejército para tareas de migración, el desacato de disposiciones judiciales en materia de deportaciones, la restricción del derecho constitucional a la ciudadanía por nacimiento y la violación de acuerdos internacionales. En fin, la lista ya es muy larga.
La indiferencia, impotencia o impericia para controlar esos abusos de poder dejan consecuencias que hoy, ni en México ni en Estados Unidos, podemos conocer todavía qué tan profundas y permanentes pueden ser.