Resumen:
A veces, un artículo puede cambiar una vida. Eso es lo que le pasó a Francis Fukuyama hace ahora 34 años. Cuando estaba preparándose para irse de California a Washington del think tank Rand Corporation al Departamento de Estado durante la Presidencia de George Bush padre- publicó en la revista The National Interest un artículo con un título provocador ¿El final de la Historia? y algunas frases todavía más provocadoras.
Aquí va un par de ellas: «El triunfo de Occidente, de la idea de Occidente, es evidente en el completo agotamiento de las alternativas viables al liberalismo occidental»; «Puede que estemos viendo no solo el final de la guerra fría, o el paso de un periodo concreto de la historia de la posguerra, sino el final de la historia como tal, es decir, el punto final de la evolución ideológica de la Humanidad y de la universalización de la democracia occidental como forma final de gobierno de los seres humanos».
En el artículo, Fukuyama dejaba claro que iban a seguir pasando cosas. Literalmente, vaticinaba terrorismo y tensiones entre países, pero descartaba conflictos al estilo de las guerras mundiales. Han pasado tres décadas y media. Fukuyama tiene 70 años, y ha investigado, entre otras materias, la construcción de los estados, el terrorismo y la bioética. Ha pasado de defender la invasión de Irak tras el 11-S
«incluso aunque Sadam tenga solo una relación circunstancial» con los atentados- a criticarla con fervor. Y sigue insistiendo en que la historia acabará con el triunfo de la democracia liberal occidental aunque, como dijo tras hablar con EL MUNDO en el Foro de Seguridad de Aspen que organiza todos los veranos el Aspen Institute, «algún día podríamos tener una conversación sobre todos los errores que se han cometido al interpretar mi teoría».
Porque la clave es un matiz -que ya estaba en el artículo de 1989: el triunfo de la democracia liberal será progresivo y en el largo plazo. Aunque, como escribió hace exactamente 100 años otro intelectual todavía más influyente, John Maynard Keynes, «en el largo plazo, todos estaremos muertos».
Pregunta. Usted ha dicho que lo que está pasando en el mundo no cuestiona su teoría de que la democracia liberal sigue expandiéndose, a pesar de que un número considerable de países parece estar buscando una especie de modelo mixto entre democracia y autocracia.
Respuesta. La democracia liberal tiene varios componentes. Una es la parte liberal, que es el Estado de Derecho, y la otra, la parte democrática, que es la que tiene que ver con las elecciones y con hacer que los gobernantes deban rendir cuentas a la ciudadanía. Se puede tener una sin la otra. Hace mucho tiempo, Viktor Orban [el primer ministro de Hungría] dijo que quería construir una democracia iliberal. Los ataques del populismo a la democracia han sido más en la parte liberal que en la parte democrática. Así es como hay líderes democráticamente elegidos, como Orban, Erdogan [en Turquíal, Bukele [en El Salvador] que tienen tendencias autoritarias, así que lo primero que hacen es atacar el Estado de Derecho. No quieren restricciones a su poder.
Desgraciadamente, ahora tenemos muchos de estos regímenes hibridos que tienen una parte de democracia liberal, pero no la tienen por completo, porque carecen de los contrapesos y las limitaciones al poder de una democracia. Esto es incluso aplicable a Donald Trump, porque habría tratado de ser mucho más autoritario si hubiera sido reelegido.
Transcripción:
A veces, un artículo puede cambiar una vida. Eso es lo que le pasó a Francis Fukuyama hace ahora 34 años. Cuando estaba preparándose para irse de California a Washington del think tank Rand Corporation al Departamento de Estado durante la Presidencia de George Bush padre- publicó en la revista The National Interest un artículo con un título provocador ¿El final de la Historia? y algunas frases todavía más provocadoras.
Aquí va un par de ellas: «El triunfo de Occidente, de la idea de Occidente, es evidente en el completo agotamiento de las alternativas viables al liberalismo occidental»; «Puede que estemos viendo no solo el final de la guerra fría, o el paso de un periodo concreto de la historia de la posguerra, sino el final de la historia como tal, es decir, el punto final de la evolución ideológica de la Humanidad y de la universalización de la democracia occidental como forma final de gobierno de los seres humanos».
En el artículo, Fukuyama dejaba claro que iban a seguir pasando cosas. Literalmente, vaticinaba terrorismo y tensiones entre países, pero descartaba conflictos al estilo de las guerras mundiales. Han pasado tres décadas y media. Fukuyama tiene 70 años, y ha investigado, entre otras materias, la construcción de los estados, el terrorismo y la bioética. Ha pasado de defender la invasión de Irak tras el 11-S
«incluso aunque Sadam tenga solo una relación circunstancial» con los atentados- a criticarla con fervor. Y sigue insistiendo en que la historia acabará con el triunfo de la democracia liberal occidental aunque, como dijo tras hablar con EL MUNDO en el Foro de Seguridad de Aspen que organiza todos los veranos el Aspen Institute, «algún día podríamos tener una conversación sobre todos los errores que se han cometido al interpretar mi teoría».
Porque la clave es un matiz -que ya estaba en el artículo de 1989: el triunfo de la democracia liberal será progresivo y en el largo plazo. Aunque, como escribió hace exactamente 100 años otro intelectual todavía más influyente, John Maynard Keynes, «en el largo plazo, todos estaremos muertos».
Pregunta. Usted ha dicho que lo que está pasando en el mundo no cuestiona su teoría de que la democracia liberal sigue expandiéndose, a pesar de que un número considerable de países parece estar buscando una especie de modelo mixto entre democracia y autocracia.
Respuesta. La democracia liberal tiene varios componentes. Una es la parte liberal, que es el Estado de Derecho, y la otra, la parte democrática, que es la que tiene que ver con las elecciones y con hacer que los gobernantes deban rendir cuentas a la ciudadanía. Se puede tener una sin la otra. Hace mucho tiempo, Viktor Orban [el primer ministro de Hungría] dijo que quería construir una democracia iliberal. Los ataques del populismo a la democracia han sido más en la parte liberal que en la parte democrática. Así es como hay líderes democráticamente elegidos, como Orban, Erdogan [en Turquíal, Bukele [en El Salvador] que tienen tendencias autoritarias, así que lo primero que hacen es atacar el Estado de Derecho. No quieren restricciones a su poder.
Desgraciadamente, ahora tenemos muchos de estos regímenes hibridos que tienen una parte de democracia liberal, pero no la tienen por completo, porque carecen de los contrapesos y las limitaciones al poder de una democracia. Esto es incluso aplicable a Donald Trump, porque habría tratado de ser mucho más autoritario si hubiera sido reelegido.
P. No es solo en política interna. En política exterior, bastantes gobiernos están tratando de mantenerse en una especie de punto intermedio entre EEUU, por un lado, y China y Rusia, por otro.
R. Sí. Los casos más decepcionantes son los de las democracias. Brasil, por ejemplo, bajo Lula, tiene una política exterior que no ayuda a otras democracias: simpatiza con China y Rusia, y ha llegado al punto de decir que Venezuela es «una democracia defectuosa», algo increíble porque Venezuela no puede ser calificada en modo alguno de democracia. Yo quería que Lula ganara a Bolsonaro y, aunque sigo creyendo que es bueno que lo haya logrado, su política exterior no deja de ser decepcionante. Esto no es nuevo. Durante la guerra fría estaban los no alineados, que trataban de jugar la baza de la neutralidad para así beneficiarse de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Y hoy están haciendo lo mismo, solo que con la rivalidad de EEUU con Rusia y China. P. Ha mencionado la palabra populismo. En las elecciones de este domingo en España es posible que, sea el resultado que sea, haya un partido populista -de izquierdas, Sumar, heredero de Podemos; y de derechas, Vox- en un Gobierno de coalición.
R. Yo creo que, una vez que están en el Gobierno, muchos de estos partidos se ven obligados a moverse al centro, en buena medida porque la Unión Europea les fuerza a ello. No sé si forzar es la palabra adecuada... Tal vez sería más preciso decir que la UE desanima el radicalismo y el populismo en la acción de los gobiernos. En todo caso, la UE es algo que ahora afecta a los populismos de derechas, como en su día pasó con los de izquierdas, como fue el caso de Syriza, en Grecia, durante la crisis del euro. Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni, ha sido muy convencional en su política económica, ha apoyado mucho a Ucrania... Hay ciertas áreas culturales, como la política familiar, donde está un poco alejado de las tendencias dominantes, pero no son muchas. Lo mismo ha pasado en otros países, como Finlandia. Así que, aunque es cierto que los partidos muy a la derecha tienen más respaldo, creo que estamos empezando a ver en Europa la emergencia de un conservadurismo postpopulista que no es tan amenazador como el de, por ejemplo, un Viktor Orban.
P. ¿Conservador en cuestiones sociales pero no opuesto a las instituciones?
R. Sí. No es antidemocrático o antiliberal en el sentido de querer minar las instituciones.
P. ¿Y en Estados Unidos?
R. Creo que aquí el peligro es mayor Básicamente, Donald Trump ha declarado la guerra a la democracia estadounidense. Ha conseguido que un tercio de los ciudadanos crea que las últimas elecciones fueron un fraude, lo que es una total y absoluta mentira. Y, si vuelve a ser presidente, su plan es completar la destrucción que no pudo llevar a cabo en su primer mandato. Las elecciones de 2024 pueden ser mucho peores que las de 2020. Me atrevería a decir que la polarización en cuestiones culturales es más profunda que en prácticamente cualquier país europeo. En España, por ejemplo, sé que tienen sus problemas, entre ellos una derecha franquista que no ha desaparecido, pero en general la UE está en una situación más saludable que EEUU. Y eso no se limita a Donald Trump. Todos los candidatos republicanos a la Casa Blanca tienen planes a largo plazo para desmontar la Administración pública y hacer que una parte de los puestos de funcionarios dejen de estar ocupados por profesionales para pasar a serlo por cargos políticos. Es algo que Trump intentó al final de su mandato [con una Orden Presidencial emitida 13 días antes de las elecciones, que le hubiera permitido designar a 50.000 funcionarios en vez de los 4.000 que nombra el presidente de EEUU] y que ahora han aceptado todos los republicanos que quieren ser presidentes.
P. ¿Por qué está pasando esto?
R. Es muy curioso. La tecnología juega un papel muy importante porque amplifica el extremismo. También influye el sistema electoral estadounidense porque no tenemos representación proporcional, lo que hace que los dos partidos se muevan hacia los extremos. Y, aparte, hay toda una serie de cuestiones culturales que existen en EEUU y que yo creo que no están presentes en Europa, como la raza. Cuando Obama fue elegido presidente, muchos estadounidenses temían la esperanza de que la polarización por cuestión de raza hubiera quedado atrás. Desafortunadamente, ha vuelto. La cultura es muy importante, fíjese en la tremenda pelea que estamos teniendo acerca de la historia de nuestro país, con la extrema izquierda diciendo que el pasado de Estados Unidos es solo opresión y racismo, y la derecha negando todos los episodios en los que, efectivamente, hubo opresión y racismo.
P. Para finalizar, otra previsión suya. Cuando Rusia invadió Ucrania, usted estaba en los Balcanes y escribió que Putin iba a fracasar. ¿Cómo ve las cosas ahora?
R. Creo que mi optimismo ha sido vindicado, porque los ucranianos lo han hecho mucho mejor de lo que todos esperaban. Pensaban que el Gobierno de Ucrania iba a caer en tres o cuatro días, y ahora resulta que los ucranianos han destruido la mitad del Ejército ruso y recuperado gran parte del territorio que los rusos conquistaron. Ahora están afrontando una lucha muy dura para recuperar el sur del país, porque los rusos están muy bien atrincherados. Aun así espero que lo logren, aunque les va a costar mucho. De lo que pase en esta ofensiva va a depender mucho cómo acabe la guerra. Pero aún tengo confianza en los ucranianos y en su voluntad de lucha. La invasión de Ucrania ha puesto de relieve que es importante que las personas que creen en la democracia liberal se apoyen unas a otras. La solidaridad que está detrás de Ucrania, y de la que España ha sido parte, es algo muy bueno.